Acción social17/03/2022

Procesos personalizados de inserción social: voluntariado en el Proyecto Simón de Cirene

Elena, voluntaria en este proyecto, nos cuenta su experiencia acompañando a participantes que están iniciando un proceso de reinserción

El acompañamiento a personas privadas de libertad, que no tienen un hogar, que presentan problemas de adicción o que no disponen de apoyo social es la razón de ser del proyecto Simón de Cirene, impulsado por Cáritas Diocesana de Zaragoza con el fin de llevar a buen término procesos personalizados de inserción social.

Para ello, cuenta con dos pisos de inserción, más cinco plazas en dos pisos conveniados con Zaragoza Vivienda, destinados a personas que, habiendo iniciado un proceso de inserción con Cáritas, no tienen ingresos ni acceso a otro recurso residencial. El proyecto también colabora con las acogidas parroquiales, centros y servicios propios de Cáritas Zaragoza ofreciendo apoyo especializado.

Elena colabora como voluntaria en este proyecto, aunque su historia en la entidad se inició hace 25 años, en la Pastoral Penitenciaria. “Actualmente, mi voluntariado se desarrolla dentro del proyecto Simón de Cirene, acompañando a personas que se encuentran en diferentes situaciones de vulnerabilidad. Abarca personas que se encuentran dentro de prisión, a las que salen en libertad o de permiso y personas que son acogidas por Cáritas en diferentes viviendas hasta que en su vida se produce el cambio necesario para que puedan abandonar estos pisos. El proceso finaliza cuando la persona puede caminar sola, cuando ha adquirido las herramientas que necesitaba para poder dirigir su vida”.

Estar y escuchar

En su experiencia de acompañamiento en el piso de mujeres, Elena destaca la necesidad de escucha: “lo que solicitan es que estemos con ellas, que haya una persona que las escuche, que las anime, que las invite a cosas nuevas transmitiéndoles ilusión y llevándoles alegría”, algo que se hizo mucho más importante en los primeros momentos de la pandemia. Elena nos explica que, “en ese momento, acompañaba en la distancia a las personas privadas de libertad. La pandemia les llevó a estar más aislados todavía. Su comunicación con el mundo, con sus seres queridos quedaba reducida a cinco minutos de teléfono (quien tuviese tarjeta telefónica) y al papel y bolígrafo para escribir una carta. Procesos paralizados al no poder salir de permiso y terceros grados que se retrasan”.

La labor de acercamiento implica una transformación individual para el voluntario. Elena nos cuenta de qué manera el acompañamiento a diferentes personas le ha llevado a un proceso de reflexión personal, de darse cuenta de que “estas situaciones pueden pasarle a cualquiera” y “de valorar a las personas que se van cruzando conmigo a lo largo de mi vida, lo que me han enseñado, lo que vamos compartiendo”.

Proceso de transformación

Este proceso de transformación se inició cuando comenzó su voluntariado en la Pastoral Penitenciaria. “En ese momento, me hice muchas preguntas y cambió mi visión de las personas que se encontraban en prisión. Me replanteé las segundas oportunidades y entendí ciertas situaciones de violencia que contaban. Cuando conoces en persona un determinado colectivo y lo que han vivido, no puedes quedarte indiferente y eso lo transmites a quienes te rodean. Hay muchos mitos que con tu participación vas destapando”.

«Me sorprende cuando un joven solo puede poner adjetivos negativos a sus días, y ves que sufre. Que su día a día es como una película de acción donde él no es el héroe».

Al respecto, Elena cuenta la historia de un joven al que acompañó cuando visitaba a presos en el CP Daroca, junto a un compañero voluntario: “Al principio nos lo presentaron de una forma muy negativa, como alguien peligroso. Sin embargo, en la pequeña sala donde teníamos la entrevista, quien estaba ante nosotros era un joven sufriente, que nos relataba una vida llena de violencia, de drogas, de soledad. Con una familia alejada. Gracias al apoyo de Prisión y con el acompañamiento de todos y, sobre todo, su fuerza de voluntad, se fue transformando. Mejoró mucho su vida en un principio, aunque después le pudo la presión. Me impactó porque era joven y solo conocía el dolor. Sin embargo, otro preso de más edad, de alta seguridad, supo agarrarse a la oportunidad que le fue dada; cuidando cada permiso que pudo disfrutar junto a su padre y sus hermanas. En los encuentros con él nos contaba lo mucho que le costaba regresar al centro penitenciario cuando se terminaba el permiso, las despedidas, el saberse protegido y vigilado por su familia para que saliese todo bien. Pero es verdad que tenía claro que quería salir, cuidar de su padre, llevar una vida tranquila en el pueblo”.

 

Más información sobre el proyecto Simón de Cirene
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